El humanista Pietro Martire D´Anghiera vino a España de la mano del Conde de Tendilla para participar en la guerra de Granada y se estableció en Jaén, entonces centro de operaciones del ejército español. Tal era la fama que le precedía que el mismo Talavera le propuso como preceptor de los jóvenes nobles de la corte, como se hacía entonces en los distintos estados italianos. A ello se negó con un rotundo "No quiero nada con Apolo sino con Marte". Allí conoció al joven y erudito provisor de la catedral de Jaén, Diego de Villaescusa, con quien fraguó una sincera amistad.
Cuando hablamos de personajes del pasado, tendemos a tanto a mitificar sus vidas como a sacralizar sus legados. Nada más bello hay que percatarte de que, a pesar de la perpetuidad de su memoria, eran personas de carne y hueso, problemas cotidianos y motivaciones terrenales.
Transcribo a continuación la carta íntegra que envió el italiano al español como muestra de que la erudición no es enemiga de la sencillez ni del buen humor, así como prueba del gesto cotidiano que a veces tan difícilmente asociamos a este tipo de personajes.
A DIEGO DE VILLAESCUSA, EL MÁS BRILLANTE DE LOS TEÓLOGOS, DEÁN DE GRANADA Y PROVISOR DE JAÉN
No se me ocurre qué escribirte especialmente a ti, siendo así que tengo un interés particular en ello, porque estoy en la obligación de hacerlo. No hay ningún negocio entre nosotros. Si me pongo a tratar contigo de asuntos literarios, lenta tortuga iría por el estadio en persecución de un alado corcel. Pienso que es un pecado callar, ni me está permitido el hacerlo, pues que tú me mandas que te escriba. Tiemblo ante tus mandatos, porque eres juez; en razón de jerarquía te tengo respeto, porque tú eres el Deán de la Metropolitana y yo canónigo tuyo, y, finalmente, te tengo veneración a causa de tu sabiduría. No sé, por tanto, qué partido tomar. Pero ya sé qué hacer, Villaescusa. Te tengo cogido, sapientísimo patrón mío. Se me ha ocurrido algo en lo que no me puedas vencer: Sal armado al campo; yo te espero para la lucha cubierto con mi yelmo. Quisiera que a pie o a caballo te encontraras con Mártir armado de pies a cabeza. Me adiestró tu España. Me consta, además por experiencia propia, hasta qué límite llegas en los banquetes, cuando de paso por Jaén (que vosotros creéis Mentesa, donde desempeñas por el Prelado el cargo de Provisor, como vulgarmente se dice) me invitaste en el coro como a canónigo, solamente a siete platos. Tengo un cocinero que sabe preparar maravillosamente ocho platos exquisitos. Mis criados te servirán asimismo de las prensas de Baco vinos más deliciosos que los que tú me ofreciste. Te ruego me indiques si estás dispuesto a luchar conmigo. A tiempo de yo nacer, Marte sopló de frente en mi horóscopo. No sé vivir en la tranquilidad del puerto y me veo arrastrado a buscar con quien pelearme de una manera o de otra. Me dirigiré a otro (y no me faltará quien), si es que tú, o por pereza, o por miedo al sonido de la trompeta animadora o tal vez por envanecimiento con tanto poderío, rehusas. Adiós.
Desde Valladolid a 2 de junio de 1492.
27/5/08
Epístola de Pietro Martire
Etiquetas:
Álex,
Historia,
Literatura,
Renacimiento
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
1 comentario:
Sobre los grandes hombres siempre hay ciertos detalles
que se ocultan en los textos y en las biografías
para evitar que los padres se escandalicen
al pensar que sus niños los puedan llegar a conocer.
Alejandro fue un mal alumno de Aristóteles
Diógenes fabricó moneda falsa
César usó peluca y se vestía de matrona romana
Carlomagno era un liante de cuidado
Alfonso el Sabio compartió amante con el rey de Murcia
Petrarca tuvo dos hijos de madre desconocida
Colón trabajó a porcentaje y no fue nada claro con lascuentas
Catalina la Grande era superficial en sus juicios políticos
George Washington especuló con terrenos en Virginia
Carlos Marx no podía ocultar ciertos rasgos de avaro
Víctor Hugo fue un miserable
Wagner odiaba desaforadamente a los judíos
Einstein fue un aprensivo en cuestión de alimentos
Martin Luther King no fue tan negro como ahora se dice.
Muchos niños dejarían de odiar así a los grandeshombres
al advertir sus rasgos y costumbres de gente muy normal.
José Agustín Goytisolo; Sobre las circunstancias, 1983/1990
Publicar un comentario