14/4/09

La fundación de Santa María la Mayor según Murillo

En la galería central del del Museo del Prado, dejando atrás los lienzos cargados de una solemnidad naturalista del Spagnoletto, nos sorprende la contemplación de dos enormes lienzos del maestro del barroco andaluz Bartolomé Esteban Murillo.
En ellos se representan dos pasajes de la leyenda sobre la fundación de la basílica de Santa María la Mayor romana. Dicha leyenda cuenta que una noche de agosto se apareció la Virgen María al patricio Juan y a su esposa para revelarles que una nevada caería sobre el monte Esquilino señalando el lugar exacto donde deberían erigir una basílica en su honor. El consternado matrimonio acudió al papa Liberio, que también había sido advertido en otro sueño, y este convocó al clero que en solemne procesión se dirigió al lugar indicado. Allí mandó levantar una gran basílica que sufragaría en parte el matrimonio patricio, que casualmente carecía de descendencia a la que legar su vasto patrimonio. La iglesia, asentada en el corazón de Roma, tomaría en principio el nombre de Santa María de las Nieves, luego Santa María la Mayor. Corría el año 352.
Más de 1300 años después, en Sevilla, se está remodelando la iglesia de Santa María la Blanca (antigua mezquita musulmana) y el principal maestro de la ciudad recibe el encargo de representar este pasaje. Lo lleva a cabo dividiendo la historia en dos lienzos semicirculares de gran tamaño evidentemente destinados a ocupar sendos lunetos de la iglesia.

En el primer lienzo la Virgen con el Niño en brazos se aparece en sueños a los patricios y les señala el lugar donde caerá la nevada que marcará la ubicación del templo. Murillo lo interpreta de tal forma que la pareja cae dormida en mitad de unos quehaceres domésticos contemporáneos al pintor: la esposa cosiendo y el marido leyendo. Hasta el perro de compañía se ve inmerso en un sueño que llena la estancia de una oscuridad quebrada únicamente a través de la gloria mariana señalando el monte, insertado con habilidad en la escena gracias a un recurso típico de Murillo como es la división interior-exterior a través de la colocación de una columna clásica, en este caso un pilar.
La narración continúa en el siguiente luneto, en el que se invierte la composición quedando el interior a nuestra izquierda y el exterior a la derecha.

La distribución barroca del interior (cortinaje abierto, mesa, reloj, etc.) deja al papa casi a contraluz, mientras que los patricios y demás personajes ven iluminados sus rostros desde la parte izquierda. Hacia la derecha, y de nuevo separada por una columna, se representa la procesión hacia el Esquilino donde se esboza la imagen de la Virgen sobre el lugar elegido.
En este excelente conjunto demuestra Murillo una gran versatilidad artística, mostrándose capaz de, en medio de una enorme agilidad narrativa insertar con maestría interiores y exteriores gracias a un estudiado juego lumínico que le permite pasar con suave naturalidad del exterior al interior con una gloria de por medio. Todo ello sumado a la suntuosidad de los contornos, el naturalismo figurativo y el manejo del claroscuro, hacen de estas obras un decálogo de las buenas maneras del estilo de Murillo.
Hay obras que justifican la fama de un artista, he aquí una de ellas.