Voy a hablar de una generación, olvidada en el tiempo, pero que representó una parte muy importante de la historia de nuestra piel de toro a mediados del siglo XIX. Refierome, sin más preámbulos, a los pintores de historia, que siempre vivieron bajo la crítica y animadversión de historiadores tan prestigiosos como el soriano Gaya Nuño, que consideró esta pintura como “propia de decorados teatrales”, por sus enormes dimensiones.
Fue una época de revisiones a todos los niveles, a su vez que convulsa por los diversos vaivenes políticos que iban sucediéndose. Cuando se logró una cierta estabilidad política con la regente Isabel II se pusieron en marcha las Exposiciones Nacionales, que a semejanza de las parisinas, encumbraron a los más prestigiosos artistas del momento. Una bella iniciativa, que fomentaba la producción artística e inauguraba un nuevo periodo hasta los albores del inicio del siglo XX, y que servía para decorar los nuevos edificios relacionados con el poder y mandato, acorde con el tamaño de los cuadros, como ayuntamientos o palacios como el Senado, Congreso de los Diputados o Consejo de Estado, antiguo palacio de los Duques de Uceda.
La vida de los artistas era pareja, muchos de ellos eran provincianos que buscaron su gloria y fortuna en Madrid. Comenzaban sus estudios de dibujo en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando hasta que esperaban la publicación de oposiciones en diarios de tirada nacional como “La Gaceta” o “El Imparcial”. Del triunfo en estas dependía su marcha a centros extranjeros, como París o Roma, que bullían en tendencias artísticas, y desde donde deberían mandar, los elegidos, algún que otro envío de pensionado, basado en el aprendizaje clásico de las formas y congruentes anatomías. Famosas son las tertulias en el romano Café Greco, cerca de Plaza España, de Casado del Alisal, Gisbert, Pradilla, Rosales…
Y su obra, en una sociedad carente de valores donde uno era incapaz de identificarse ante tan magna revolución de pensamiento, tuvo los cimientos en la revisión de pasajes de grandes figuras históricas como Colón, Carlos V, María de Molina, nuestra legendaria reina castellana con la que se identificaba Isabel II, de hecho en el hemiciclo del Congreso de los Diputados el alcoyano Antonio Gisbert hizo alarde de su ingenio representando la jura de su hijo Fernando IV, en una magnífica composición que vemos en la imagen, que se salvó de los disparos de Tejero, no se puede decir lo mismo de los frescos de la cubierta de Carlos Luís de Ribera.
Y ante este pensamiento revuelto, la proliferación de géneros fue descomunal destacando el retrato con la saga de los Madrazo que recogen la herencia de David e Ingres, el realismo social con Sorolla y cuadros donde denuncia la situación social de trabajadores como en “Aún dicen que el pescado es caro” que todos recordarán por su veracidad, el paisajismo con las vistas de la sierra de Guadarrama o Picos de Europa de Carlos de Haes, el costumbrismo con Valeriano Domínguez Bécquer, que junto a su hermano Gustavo Adolfo, se recorrió los lugares más recónditos de España, uno para pintar la tradición y otro para narrar sus impresiones a base de sus inolvidables leyendas, o el romanticismo con temas novedosos como suicidios en el caso de Leonardo Alenza o interpretaciones goyescas como las de Eugenio Lucas.
Una panoplia de pintores que puebla este siglo y que merece su estudio, sin ningún tipo de discriminación artística, por investigadores neófitos.
2 comentarios:
¡Bravo Luigi!
¡En tus manos está que esa generación no se olvide!
No se qué impresiona más, si la gran cantidad de pintores de calidad o el ostracismo en el que se han visto sumidos muchos de ellos.
El catálogo de la exposición del Prado tiene que ser impresionante.
La revisión política del arte es una pena...
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