19/3/09

Reinar después de morir

Inés de Castro, la soberana que logró reinar después de muerta, nació en 1320 en el pueblo gallego de A Limia (Orense). La mala fortuna se cebó con ella al poco de su nacimiento debido a la pérdida de su madre, hecho que posibilitó su traslado a Valladolid aprovechando una lejana relación de parentesco de su progenitor con la familia real castellana. Allí fue educada en el entorno cortesano del castillo de Peñafiel, lugar en el que se formó como dama de compañía de doña Constanza Manuel, hija del ilustre escritor e infante don Juan Manuel.

Comenzaba ya Inés a destacar por su inmensa belleza, remarcada por unos inmensos ojos azules y una lozana figura que suscitaba todo tipo de comentarios halagadores dentro del ambiente palatino que tan buen futuro le auguraba por la candidez de su hermosura, sin ningún tipo de mácula.

En 1336, doña Constanza se casó por poderes en la localidad de Évora (Portugal) con el príncipe Pedro, hijo del rey portugués Alfonso IV. Cinco años más tarde se trasladaba definitivamente a su país de adopción, dispuesta a unir su futuro al de la corona lusa. Junto a ella viajaron escogidas damas, entre las que se encontraba doña Inés, su fiel y cómplice amiga.

Según cuenta la leyenda, la relativa tranquilidad que se respiraba en la corte portuguesa viose alterada cuando el recién casado heredero quedó prendado al contemplar el semblante de doña Inés. Para su contentamiento, ésta le correspondió manteniendo celosamente el furtivo amor que ambos se profesaban. Mientras tanto, Constanza dio a su infiel marido tres vástagos: María en 1342; un año más tarde Luis, que moriría a la semana, y en 1345 Fernando (el futuro rey de Portugal), en cuyo parto falleció la joven madre.

La muerte de Constanza apresuró el deseo del príncipe Pedro por anunciar el romance que mantenía con doña Inés de Castro. Sin embargo, la relación nunca fue consentida por su padre, el rey Alfonso IV, desconfiado ante una posible intervención castellana en su reino y defensor a ultranza de los derechos dinásticos de Fernando, su nieto superviviente.

La pareja se refugió en la ciudad de Coimbra, dando rienda suelta a su pasión en una hermosa quinta llamada Das Lagrimas, donde concibieron cuatro hijos. En 1354, don Pedro y doña Inés festejaron en secreto su ansiado matrimonio, que fue oficiado por el obispo de Guarda. Noticia que no debió agradar al monarca luso, pues al poco ordenaba, bajo amparo de las Cortes, el asesinato de doña Inés con el fin de despejar el hechizo que ejercía sobre su hijo.

En 1355 tres sicarios se desplazaron a Coimbra para, de forma traicionera, cortar el cuello de la desdichada Inés. La reacción del príncipe no se hizo esperar, desatando sus tropas ante su despiadado padre.

Durante dos años, Portugal se vio envuelto en un conflicto familiar hasta que ambas partes lograron reconciliarse antes de la muerte del propio Alfonso IV, en 1357. Ese mismo año, su hijo Pedro I asumía el trono luso con la intención de honrar la figura de su amada. En 1360 las Cortes portuguesas reconocían el matrimonio entre Pedro I e Inés de Castro y a la sazón aceptaban a la difunta como legítima reina de Portugal.

El propio Pedro I quiso reparar el honor de su auténtico amor. Por ese motivo, según cuenta la historia, mandó desenterrar el cuerpo de doña Inés para sentarla en el trono y hacer que los cortesanos, que tantas infamias habían pronunciado sobre ella,le rindieran póstumo homenaje en señal de respeto hacia su recién reconocida soberana. Actualmente, los restos de Inés de Castro reposan en el monasterio de Santa María de Alcobaça.

Un argumento que deslumbró a escritores, dramaturgos, directores de cine o pintores de historia de la segunda mitad del siglo XIX como Salvador Martínez Cubells que reflejó este momento de gloria póstuma en su famoso cuadro “Reinar después de morir”, tristemente desaparecido en un incendio.

5 comentarios:

Alex dijo...

Magnífico, Velarde!
No conocía los pormenores de esta historia, digna sin duda de ser recordada en la Logia.
Lo que también ignoraba es la exisencia del cuadro de Cubells, ¡tiene buena pinta, vive Dios!

Unknown dijo...

Mira que me gusta que contéis estas cosas!!! Estoy muy enfadada por lo poco que escribís!
Frescuest.

Anónimo dijo...

Es una historia preciosa y muy conmovedora. Es realmente un claro ejemplo de que el verdadero amor va más allá de la muerte.

Anónimo dijo...

ajajajaja, buscando informaciñon para la obra que da titulo a tu post, me habeis aparecido. Que grande, todo está conectado.
Muchos abrazos!!
Jeff

Anónimo dijo...

Gracias,
Me habéis ayudado con mi trabajo de literatura.