
13/2/08
La Cúpula y la noción de armonía

12/2/08
óbito
10/2/08
La portada del Colegio de Cuenca
Durante los últimos años del s.XV y los primeros del XVI se fundan en la joven España multitud de colegios universitarios, fomentados desde la Corona como criaderos de funcionarios del Estado. Salamanca, Valladolid y Alcalá de Henares ven como sus ciudades se transforman al ritmo que marcan los tracistas contratados por los fundadores. Así, en Valladolid se crea el Colegio de Santa Cruz, costeado por el Cardenal Mendoza, en Alcalá de Henares Cisneros erige la Universidad Complutense y en Salamanca se crean varios colegios mayores a semejanza del Colegio de San Bartolomé. En estos colegios se facilitaba el estudio a personas pobres y estaban facultados para otorgar los mismos grados que la Universidad de Salamanca.
De entre ellos, el más destacado por los cronistas, el más costoso y el de una calidad artística más cuidada era el de Cuenca, fundado por D.Diego Ramírez de Villaescusa, obispo de Cuenca. A él dedicó su vida, para él pidió prebendas y donativos, y a él dejó de único heredero.
Se sabe que las trazas del proyecto se encargaron a Juan de Álava, quien estaba trabajando en las obras de la Catedral Nueva de Salamanca, así como se conoce que se desplazó hasta Cuenca para presentar el proyecto a Villaescusa con una maqueta a escala del futuro colegio. Esta maqueta, que puede ser la primera de este tipo en España, quedó en poder del patrono, quien según ciertos testimonios, se deleitaba con su contemplación y hablaba constantemente sobre el proyecto. Desgraciadamente a su muerte en 1537 los trabajos se paralizaron y no pudieron reanudarse hasta mediado el s. XVIII.
La portada nunca llegó a ejecutarse tal cual había sido concebida por Juan de Álava, lo que ha llevado a multitud de investigadores a lanzar diversas hipótesis sobre su posible aspecto.
Durante los ss.XVI y XVII algunas instituciones encargan retratos de sus patronos, y la representación tipo nos muestra al personaje en cuestión con sus atributos y un espacio abierto en el que se representa su obra.
Arriba queda el Cardenal Mendoza, en cuyo retrato se muestra la fachada del Colegio de Santa Cruz de Valladolid. Esta imagen ha sido utilizada como fuente gráfica del proyecto original de la fachada del edificio.
A la izquierda, un retrato de Diego Ramírez de Villaescusa, copia del procendente del seminario de Málaga. Al fondo, una fachada renacentista con el escudo del prelado en el segundo cuerpo.
Es aventurado conjeturar con tanta ligereza sobre este tema, pero la semejanza de esta representación arquitectónica con la fachada del convento de los agustinos, también de Salamanca, también de Juan de Álava y coetáneo al Colegio Mayor de Cuenca, me llevan a contemplar la posibilidad de que esta sea una representación de la fachada del Colegio de Cuenca basada seguramente en la maqueta o una representación de la misma.
¿Posibilidad real o sueños de un investigador neófito?
9/2/08
LA TÚNICA DE JOSÉ

Lo primero que me vino a la cabeza fue algo que los cartelones de la sala me vinieron a confirmar minutos después: "Este cuadro es MUY italiano". Efectivamente, Velázquez lo pintó allá por 1630, en su primer viaje a Roma.
Los colores de las túnicas declaran el conocimiento de Velázquez de la pintura veneciana, al igual que la disposición en perspectiva del suelo, quizá inspirada en Tintoretto y su Lavatorio de los pies, cuadro que perteneció a Felipe IV (aunque he sido incapaz de encontrar la fecha de adquisición) y con el que, dudo que casualmente, compartió habitación durante muchos años en la Sacristía de El Escorial.
La anatomía, dicen, está inspirada en Miguel Ángel. Es difícil imaginar que Velázquez perdiese la oportunidad de contemplar la monumental obra del italiano, pero dudo que fuera su única inspiración, ni mucho menos la más importante. La musculatura del hermano que aparece de espaldas es mucho más delicada que las empleadas por Miguel Ángel y, en mi humilde opinión, creo que debe más a los modelos escultóricos clásicos. No en vano, el segundo viaje del sevillano a Italia tuvo por objeto, entre otras actividades de corte diplomático, el hacerse con una colección de vaciados en yeso de las principales esculturas romanas.
Sobre la composición del cuadro, tengo poco que decir. En un primer momento me recordó a la Calumnia de Apeles de Botticelli, pero una mirada de refresco al cuadro del florentino disipó tal opción: si bien ambos pintores narran una "historia" escrita de izquierda a derecha, la de Botticelli ofrece una disposición más dinámica y revuelta de los personajes, mientras que Velázquez dispone a los hermanos de José en una línea en perspectiva, perfectamente marcada en el cuadro, tanto por los pies de los hermanos, como por la vara que hay en el suelo, y que sigue una dirección opuesta a la seguida por la línea de los azulejos.
Llama la atención la cara del hermano con cara de sorpresa, que, si os fijais, es el mismo modelo que utilizó Velázquez en La fragua de Vulcano, cuadro, por cierto, pintado en los mismos años.
Para terminar, me quedo, como ya he dicho antes, con el inagotable poder que tienen los grandes artistas de sorprender. Espero que nunca perdamos la capacidad, la posibilidad de sorprendernos. Sea con la manifestación artística (o no artística) que sea.
8/2/08
Boulevares...
Durante la década de los años 50 del siglo XIX se producen en Francia, concretamente en París, las primeras experiencias de reformas urbanas a gran escala. El caso de París es más que evidente para reconocer en él los síntomas de posesión de lugar por parte de la burguesía adinerada. Como bien es sabido, el proyecto impulsado por Napoleón III para embellecer la ciudad, y equipararla con su "rival" Londres, es llevado a cabo por el Barón Haussmann, un burgués más.
De esta manera, la burguesía hace su ciudad. Proyecta la urbe de manera que se acomode a sus nuevas necesidades, que durante décadas ha ido gestando. Tras la Revolución Industrial la burguesía aparece como nuevo poder dirigente y con capacidad de decisión, abocando al proletariado a su obligada sumisión. Así, desplazados estos últimos de cualquier contacto con la realidad material que no sea el esclavo trabajo productivo en la fábrica, los nuevos poderosos se adueñan de la ciudad.
Aparecen nuevas tipologías de edificios a su medida: mercados, bancos, la ópera, pasajes comerciales, cafeterías, estaciones de ferrocarril... Y se hace uso de los nuevos materiales que la apadrinada Ciencia ofrece para configurar estos nuevos edificios representativos: el hierro y el vidrio. Pero me desvío un poco de lo que al principio tenía pensado hablar: los boulevares.
El boulevard nace implícito a los proyectos de ensanche territorial y urbanismo de las grandes ciudades. Volvemos a París. Boulevares que el burgués Haussmann crea para la burguesía parisina. Y no es extraño que se dé esta circunstancia, es más que lógico teniendo en cuenta que entre la sociedad que deambularía por esos paseos se encontraba la tipología por excelencia surgida en la ciudad del XIX: el flâneur.
Una ciudad pensada y creada para pasear por Montparnasse, para encontrarse en el foyer de la Ópera de Garnier o tomarse un absenta en el Café mientras se departe sobre la última exposición del Salón de Refusées. Un escenario ofrecido al ciudadano para sacar pecho y sentirse respetable.
No podía evitar hablar del flâneur...
Frankenstein
La lectura comunitaria de cuentos fantásticos y oscuras historias de terror que cayeron en manos del círculo intelectual de Mary Wollstonecraft Shelley dio como resultado una de las novelas góticas por excelencia: Frankenstein (o El moderno Prometeo). A orillas del lago Ginebra Lord Byron, el médico Polidori, Percy Shelley (fututo marido de Mary) y la propia Mary W. Shelley deciden crear cuentos inspirados en estas lecturas como pasatiempo a sus largas estancias en tierras suizas. Estos hechos ocurren en 1816.
La primera edición de Frankentein fue publicada en 1818. Escrita por M. Shelley, una joven chica de apenas 18 años, fue dada a conocer al público como una novela anónima, pues su familia no estaba muy bien considerada por sus ideas liberales en una Inglaterra predominantemente conservadora. La publicación corrió a cargo de Percy, quien contribuyó a su configuración final anotando ciertos matices y mejorando registros lingüisticos y literarios.
El valor de la obra radica en su contemporaneidad. Se desprende de sus páginas una experiencia personal centro de gravedad del pensamiento decimonónico: el individuo frente a la sociedad. En torno a este parámetro gira toda la obra, a la que se suman circunstancias complementarias que avivan este sentimiento de aislamiento.
Víctor Frankenstein es un joven estudiante de Ciencias con inquietudes personales de conocimiento. Desea llevar al extremo su saber preguntándose si sería capaz de poder animar lo inanimado, es decir, crear vida. A la altura de un Dios crea vida de partes inertes. Pero su creación es monstruosa, de la que huye horrorizado. El monstruo creado habla, es sensible, se educa mediante la observación de otros, pero se revela a su creador haciéndole culpable de su desagradable aspecto y, por tanto, del rechazo humano, así como de su abandono.
La obra (que no os voy a desentrañar, claro), por tanto, es deudora de los planteamientos evocados un siglo antes por J. Addison y continuados por Burke a mediados del mismo: el individuo es consciente de sus capacidades y no tolera lo convencional, aflorando una verdadera personalidad pasional individual que encarnará los futuros valores empíricos de completa realización en armonía con la Naturaleza. De la misma manera, todo el ambiente de la obra parece encontrarse acorde con este ánimo del que es infundido el protagonista y que durante toda su lectura no ha hecho sino evidenciar las referencias pictóricas contemporáneas.
1/2/08
LOS YESOS DE VELÁZQUEZ.
La exposición está comisariada por José María Luzón, toda una garantía de calidad, como bien sabemos Álex, Algaba y yo, que pudimos disfrutar del saber INFINITO de este profesor, que tuvo a bien impartir sus clases magistrales, en un curso de doctorado, en la sala de yesos. de la RABASF. El saber entra mejor cuando está rodeado del Gladiador Borghese.
Quizás, condicionado por esto, la visita no terminó de impresionarme. Puede que el haber estado en Roma hace tan poco tiempo haya influido también. El caso, que la exposición no es "bonita" de ver, pero al menos es sincera: sólo muestra los yesos que trajo Velázquez, copias de gran calidad, hechas con los más finos yesos del momento, y en ocasiones acompañados por los vaciados en bronce que hoy se pueden ver en el Palacio real, y que se hicieron de estos mismos yesos, cuyo mayor valor reside en que se han convertido en fuentes primordiales para conocer el estado de las esculturas originales, en mármol, en el momento en que Velázquez se pasó por los talleres de Roma. Gracias a estos yesos, por ejemplo, sabemos cómo era la mano original de la Ariadna dormida, que originalmente tampoco tenía el "peralte" que presenta en el modelo de El Vaticano.
La exposición también nos hace caer en detalles que alguna vez hemos oido, pero que aquí comprobamos de primera mano: Velázquez era un amante de la escultura clásica, y se inspiraba en las posturas de las más famosas esculturas a la hora de pintar sus cuadros: Dicen que en su estudio tenía una copia del Hermafrodita, en la que se inspiró para hacer La Venus del Espejo. En el caso del cuadro de Argos, parece que se inspiró en uno de los galos heridos.
Poco más que decir de esta muestra, que creo puede entroncar bastante bien con la de Velázquez en el Prado, y que aún no he visto, hablando de todo un poco...