8/4/08

El drama shakesperiano de Faramir y Denethor

Me gustaría dedicar una serie de posts a algunos aspectos de la vastísima obra de J. R. R. Tolkien. Espero que pasen de la intención de hacerlo y que pueda comentar algunas de las cientos de cosas que han pasado por mi mente durante la lectura de sus obras. Actualmente estoy leyendo "El origen de El Señor de los Anillos", de Lin Carter, una obra de 1969, es decir, uno de los primeros ensayos dedicados a la mal llamada trilogía, escrito apenas trece años después de la publicación del último volumen de la obra, "El Retorno del Rey". Espero que la lectura contribuya a ordenar en cierto modo mis pensamientos y a suscitar algunos nuevos.

Probablemente no es a mí a quien corresponde escribir el elogio máximo del profesor Tolkien, así que sólo diré que si soy un ferviente admirador de su persona y sus escritos es porque en ellos he encontrado la universalidad de la que participan sólo las grandes obras de la literatura, como la Divina Comedia o El Quijote. Estoy prácticamente convencido de que El Señor de los Anillos se encumbrará poco a poco como una de esas obras y romperá poco a poco los convencionalismos simplificadores de "novela de aventuras" o "novela de ciencia ficción". Pero como ya digo, hoy no hablaré de esto.

Hoy quiero centrarme en la bella historia de Faramir y Denethor. Ambos son dos de los personajes que quizá tengan una mayor profundidad psicológica a pesar de no ser protagonistas de primer orden de la obra. Denethor, que en una primera lectura puede parecer sólo un hombre oscuro, desesperanzado, egoísta y mezquino, es en cambio uno de los personajes que más debería llevar a compasión dada la desgracia que le acompaña a lo largo de su vida. El destino le ha llevado a gobernar Gondor en el peor de los tiempos posibles, cuando la sombra del este se rearma y cualquier enfrentamiento es una derrota; su gobierno lo ejerce como senescal, como simple sustituto provisional del rey del que hablan las canciones, del rey que podría no llegar nunca. Es probablemente a él al que le tocará escribir la última y poco honrosa página de la historia del más alto reino que los hombres de la Tierra Media fundaron tras Westernesse. Es en este el mundo en el que Denethor debe intentar dar no con la buena, sino con la menos mala de las opciones. Y es ahí donde decide enviar a su hijo predilecto, Boromir, a debatir con los demás señores de la Tierra Media el futuro de la última alianza del oeste contra Sauron. Una dura decisión que se verá recompensada con la muerte de Boromir, de la que se entera al recibir la barca con su cuerpo y su cuerno roto en pedazos. En este momento el drama de Denethor se hace insostenible y se precipita velozmente su ruina.

Faramir es el segundo hijo de Denethor, desde joven más inclinado a la sabiduría de los elfos que a la volátil condición humana. Esto le acarreará siempre la mirada desconfiada de su padre que a pesar de amarlo como al hijo que es, le mantendrá en segundo plano frente a Boromir, destinado a sucederle como senescal de Gondor. Por eso es a él al que corresponde la ardua y silenciosa tarea de defender la ciudad avanzada de Osgiliath frente al avance del Señor Oscuro. Por eso su vuelta, tras la muerte de Boromir y la caída de Osgilitah, se convierte en deshonrosa y le depara el repudio de su padre y el momento en el que Denethor le confiesa que habría preferido su pérdida a la de su hermano. A partir de aquí, el desenlace es veloz: Faramir parte en solitario y desesperanzado a la reconquista de la plaza perdida, tratando así de recobrar también el amor paterno; sin embargo, fracasa, y a su vuelta, malherido, sólo termina de provocar la locura de Denethor que trata de inmolarse junto al inconsciente Faramir, que sólo es rescatado en el último momento por Gandalf y Pippin.

Esta historia, obligada y tristemente reducida aquí, encierra un drama de corte tan clásico que el mismo Shakespeare podría haberlo escrito bajo otros nombres. El padre con un hijo predilecto y otro, de igual o mayor valía incluso que el primero, al que todo se le exige y nada se le reconoce; la muerte del predilecto y el repudio del que sobrevive; y, en fin, el intento de este último por hacerse digno del amor del padre, que viendo en su postrer día la injusticia y el dolor que ha causado, se suicida para tratar de pagar así por todo ese daño.

Esta historia, que por sí misma ya sería digna de gran elogio y reconocimiento, se teje entre las grandes epopeyas que encierra El Señor de los Anillos, dibujándose en apenas unas pocas líneas con la maestría de la narrativa hábil y astuta de Tolkien, capaz de sorprendernos entre trolls y anillos de poder con una historia conmovedora, terriblemente humana y de barroco resabio inglés.

4 comentarios:

velarde dijo...

una historia que me ha conmovido Algaba, equiparable a las andanzas del maestro de catedrales Jack, de un libro que repudias: Los pilares de la tierra!! Curiosa paradoja...

Alex dijo...

Nadie niega la valía de la obra de Tolkien (uno de los pocos autores que ha conseguido que dejase de cenar alguna noche), el problema surge cuando se convierte en éxito de masas y se populariza hasta extremos tales que quienes creen poseer un grado cultural diferenciador lo repudian sin detenerse a apreciar estos pequeños detalles.

Javier dijo...

Estoy con Alex en que es una lástima que esta obra sea considerada com la Gran Obra Maestra de la literatura fantástica: es un género denostado por gran parte de esa gente que "cree poseer un grado cultural diferenciador". Ellos se pierden leer una de las más grandes epopeyas(en prosa) escritas desde la Odisea.

Alicia dijo...

Me refiero sólo a la primera parte del post, Fer. Peligroso jugar a las adivinaciones y porvenires, pero comparar El Señor de los Anillos con el Quijote es un trago, para mí, duro de pasar.
En cuanto a lo del rasgo cultural diferenciador, me temo que el propio Quijote fue en su día un fenómeno de masas;luego denostar El Señor... sólo por su popularidad puede ser simplista, no te digo yo que no, Alex.
En todo caso no es bueno dejarse llevar por el entusiasmo: por un lado están los buenos (incluso los excelentes) libros, y por otro lado está El Quijote o la Divina Comedia...
Por otro lado, el filólogo Tolkien fue capaz de darle a la obra un entramado lingüístico tan particular, que, a pesar del eco shakesperiano de muchos de sus personajes, es lo que yo más valoro de la originalidad de la obra.